10 de junio de 2011

EL TEMOR EN MI RELACIÓN CON EL OTRO

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A una estación de trenes llega, una tarde, una señora muy elegante. En la ventanilla le informan que el tren está retrasado y que tardará aproximadamente una hora en llegar a la estación.

Un poco fastidiada, la señora  va al puesto de periódicos y compra una revista, luego pasa por una tienda y compra un paquete de galletitas y una lata de refresco.
Preparada para la forzosa espera, se sienta en uno de los largos bancos del andén. Mientras hojea la revista, un joven se sienta a su lado y comienza a leer un periódico. Imprevistamente la señora ve, por el rabillo del ojo, cómo el muchacho, sin decir una palabra, estira la mano, agarra el paquete de galletitas, lo abre y después de sacar una comienza a comérsela des-preocupadamente.

La mujer está indignada. No está dispuesta a ser grosera, pero tampoco a hacer de cuenta que nada ha pasado; así que, con gesto ampuloso, toma el paquete y saca una galletita que exhibe frente al joven y se la come mirándolo fijamente.

Por toda respuesta, el joven sonríe... y toma otra galletita.
La señora gime un poco, toma una nueva galletita y, con ostensibles señales de fastidio, se la come sosteniendo otra vez la mirada en el muchacho.

El diálogo de miradas y sonrisas continúa entre galleta y galleta. La señora cada vez más irritada, el muchacho cada vez más divertido.

Finalmente, la señora se da cuenta de que en el paquete queda sólo la última galletita. “No podrá ser tan caradura”, piensa, y se queda como congelada mirando alternativamente al joven y a las galletitas.
Con calma, el muchacho alarga la mano, toma la última galletita y, con mucha suavidad, la corta exactamente por la mitad. Con su sonrisa más amorosa le ofrece media a la señora.

¡Gracias! —dice la mujer tomando con rudeza la media galletita.
De nada —contesta el joven sonriendo angelical mientras come su mitad.
El tren llega.
Furiosa, la señora se levanta con sus cosas y sube al tren. Al arrancar, desde el vagón ve al muchacho todavía sentado en el banco del andén y piensa: “Insolente”.
Siente la boca reseca de ira.
Abre la cartera para sacar la lata de refresco y se sorprende al encontrar su paquete de galletitas... ¡intacto!

Muchas veces la vida nos da galletitas, que son NUESTRAS, que nos cuestan compartir, Por que son mías y en el fondo es EL TEMOR  a quedarme sin galletas. Más que el temor a compartir y a desapegarme de lo que me tiene atado, es El TEMOR de descubrir que necesito del OTRO para realizarme como persona.
Pero no nos damos cuenta que siempre estamos comiendo la galletita ajena.

Si abrimos la conciencia descubriremos que es el OTRO, ese al que desconozco, es el punto de partida para conocerme a mi mismo y valorarme como persona, es el otro el punto de referencia existencial de mi vida, es el punto donde los valores humanos toma sentido.
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