Ya había pasado muchos vientos sondas por mi vida desde que estuve aquí por ultima vez. Este rió tan antiguo como la tierra misma no me volvió a ver, desde mis seis años, antes de volver a la casa de mis padres... disfrute de su compañía. En ese momento recordaba los dos años que pase en la casa de mis abuelos maternos, Benito y Dorotea.
La primera vez que llegue al campo, tenía cuatro años y como mis padres eran de pocos recursos económicos tuvimos que ir con mi hermano Carlos. Todo era nuevo, eran un viaje a lo desconocido, si bien eran mis abuelos nunca habíamos tenido un relación fluida. Llegamos y mis primos de diversas edades, nos miraban como sapo de otro pozo. Quizás, como nos decían, ahí están los gringos, olíamos distintos. Para nuestros asombro también ellos. En fin, éramos en apariencia iguales pero distintos.
Tomamos mayor confianza con mi primo al que le apodaban Toro, porque a su corta edad era más robusto que sus hermanos. De ojos saltones y de una sonrisa familiar hacia que se acortara toda clase de distancia existencial. Esa distancia que en muchos casos nos ocasiona ansiedad por querer ser iguales a otros o para que esos otros nos aceptaran. Esta familiaridad reconozco que fue creciendo de a poco. Como gota de agua que cae sin cansancio sobre una roca hasta oradarla y partirla en dos; así fue la amistad de toro y nosotros, llego un momento que rompió toda división existencial. Todo se dio sin darnos cuentas. Todo empezó una mañana que nos invito al cerco donde las vacas y los caballos de mis abuelos pastaban. Debajo de cada arbusto había puesto varias trampas para pájaros. Al principios el fabulaba y, nosotros inocentes pueblerinos, atendíamos con sorprendente atención.
"Nos decía que con ellas, atrapabas feroces pumas y algunas veces víboras que eran capaz de comer una yegua”…
…y como el lograba enjaular a esas bestias y con mi tío Antonio vendían en el mercado de la ciudad.
Por un tiempo me preguntaba, ¿para que la gente de la ciudad querría víboras y pumas? En fin todo esto se fue desvaneciendo al conocer más los desvaríos de Toro. Lo cierto es que a veces solía atrapar Cardenales, Quetupies, Canarios, Gorriones, Celestinos, Naranjeros etc. y llevarlos a una gran jaula donde había aves de todo tamaño y colores.
Al volver a la casa de mi abuela solíamos traer a las vacas y un toro viejo al corral. Ahí mi abuela, le pedía a mi tío Tito que maniatara los pies de las vacas que habían tenido cría. Traían a los terneros y para que el animal soltara la leche, hacia que el ternero mame un poquito para luego sacarle la leche. Algunas veces cuando el ternero se disparaba venia Toro y mamaba en el lugar de la cría, todo para el era un juego. A nosotros nos daba asco. Guacala me decía yo nunca haría eso.
Una de las vacas había tenido recién al ternero, esa primera leche mi abuela le llamaba calostro, decía que era buena para los chicos que tenían tos, y con ella hacia quesillo.
Todavía al cerrar los ojos siento el sabor y el aroma de la leche que se tomaba al pie de la vaca. Todo el hocico quedaba blanco, ya que era una leche espesa.
Así transcurrían nuestros días, sin tomar respiro. Me acuerdo que a los meses que llegamos, mi tío Tito nos corto el pelo, tan solo nos había dejado unos ralos flequillos en la frente, por mas que nos quejábamos, nos consolaba que todos nosotros estábamos en la misma circunstancia. ¡Tan sólo un flequillo en la frente! que mis primos nos tranquilizaba, ley pareja no es rigurosa.
Al anochecer nos reunía el fogón de la cocina, en los primeros días era impenetrable, el humos denso de los leños algunos verdes nos corría afuera.
Realmente nos distinguíamos del resto, hasta que nos hicimos unos mas de ellos. El olor a humo que solíamos tener antes de ir a dormir nos identificaba.
Mi abuelo algunas veces nos contaba unos cuentos de miedo de lugareños que se metían dentro del bosque para cortar madera para hacer su rancho. Contaba El, que cuando se interponía un alma mala delante de su caballo en la mitad de la noche, no lo dejaba avanzar. El bajaba del mismo y con un puñal que tenia siempre en la cintura, cuya empuñadura tenia forma de cruz, hacia una amenaza con el hacia adelante, en el nombre del padre, el hijo y el espíritu santo, gritándole “ALMA EN PENA, SAL DE ESTE LUGAR”, después mientras rezaba, hacia como si cortase algo entre medios de las patas de su caballo, y repetía la misma formula. Recién el animal se tranquilizaba en la medida que se notaba un viento que se alejaba moviendo las copas de los arbustos. Mi abuelo, subía a su caballo y seguía su camino.
Eran divertidas las noches de fogón, tan lleno de magia que hechizaba el momento. De esos entonces no volví a experimentar tanta inocencia y pureza mientras veíamos como la noche se hacia presente a la luz de las estrellas.