3 de octubre de 2008

DOROTEA

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Mi abuela Dorotea (Doro-delante y teo – dios) tenia 63 años cuando estuve en el Timbo Nuevo (en lengua hispana TIMBO significa Armadillo), había dado a luz 14 hijos de los cuales la vida le dejó cinco para que sigan caminando a la par de su existencia.



Ya se había desvanecido dos años desde que mis tíos de Pule y Mecho, pasaron del mundo de los sentidos, al mundo del Ser. Con tantos hijos que partieron, uno por uno dejaron en su corazón una sonrisa, unos labios llenos que decían: “mama”, unos brazos que envolvía su vida, cual hilado que iba y venían de corazón a corazón, transparente e invisible de ser a ser, unidad metafísica que tan solo las madres pueden experimentar y puede tejer esa hermosa trama del fino y único amor.-



Tenia una mirada con una aterciopelada dureza, como soldado que viene de una guerra, en la que se le robo los grandes ideales que daba sentido a su lucha.
La miraba a hurtadillas, sin que ella se dé cuenta, cuando se quedaba contemplando en ese vació, cuando toda la naturaleza hacia silencio para el dialogo interno, momento en donde sus hijos la visitaban, pero cuando me acercaba a pedirle mazamorra me servía con una mirada cristalina, como si su ser estuviera en otro lugar, acompañada de una dulce y simple sonrisa. Me quedaba a la par de ella gozando de ese silencio.

Era una mujer que por más duro que fuese los golpes, no se doblegaba. Cuando la siembra no daba resultado, ella no hacia mucho problema, no se desesperaba. Como prudente que era, tenia a su cargo la cría de pollos, cerdos, pavos y dos vacas, un buey y un toro.
Lo divertido era pillar los pollos. Estos eran destinados para el almacén de Tufì, en donde se los cambiaba por mercadería. Tufì este era un viejo de ascendencia árabe que como los de su raza llevaban en su sangre su vocación de comerciante.

Sabía muy bien, que a sus hijos no les tenía que faltar el pan de cada día. Siempre decía, Benito, si tu te muere, nosotros vamos a seguir viviendo y comiendo, por que la vida sigue y no se para. Mi abuelo con una resignada mirada, aceptaba, por que la vida es así, no hay mejor luz y contundencia que la verdad que viene del ser amado.




Lo gracioso que muy temprano ya tenia en un balde los maíces destinados para la alimentar a los pollos y los llamaban: PIO PIO PIU PIU PIUUUU y a la voz de quien los alimenta, estos respondían como un ejercito que se prepara para la gran batalla. Ahí estaban alrededor de mi Abuela, desparramaba el alimento y con mucha sutileza se acercaba y atrapaba a los pollos que ella necesitaba.

En cambio nosotros, cuando ella nos mandaba, armábamos tales desparramos que incentivábamos a los perros y estos en vez de atrapar lastimaban a las aves. Ahí, sé hacia sentir “CHANGUITOS DE MIERDAS ATRAPEN BIEN A LOS POLLOS, QUE LES ESTOY DICIENDO”, nosotros calladitos retomábamos estos quehaceres.-