Día en las que las lagartijas de mi barrio, terminaron de broncearse como un caraguay.
La humedad ambiente y los nubarrones en el sur, ya hablaban de una gran tormenta, presagiada por el canto de los coyuyos al caer la noche.
La lluvia no se hizo esperar mucho, ya que al amanecer, según indicaba las manecillas del reloj y como contradiciendo al astro mayor, la noche se imponía contrariando, aliada a grandes nubarrones que se movían encrespadas por grandes ráfagas de aire.
El viento rugía al pasar y este sacaba de cuajo a viejos testigos del tiempo, que se mantenía en pie, como notarios de la historia.
Muchos Robles, Eucaliptos, Alerces etc. No pudieron con los vientos huracanados. Las viviendas precarias de familias de escaso recurso fueron estrujadas como si fuese de papel.
Amainado el aguacero me dispuse salir de casa para ir al trabajo, sin los servicios de colectivo y para no perder el presentismo, un ítem remunerativo que se nos paga por la asistencia perfecta al trabajo, como un llamado al deber ante cualquier circunstancia, camine por una hora hasta que pude conseguir un colectivo que me llevara al lugar deseado. Este, estaba hacinado de personas afligidas por empezar su jornada laboral, todas con sus ropas mojadas y su cuerpo frió como consecuencia del aguacero.
Con una observación callada, como quien hace un reconocimiento del lugar donde estaba, vi a un grupo de personas que miraba con asombro y ternura por la ventanilla del colectivo, a un perrito que corría a la par de el. Una señora comentaba que la mascota seguía a su dueño, al que todos desconocíamos, compañero de viaje.
Hace un buen tiempo que el animalito, sin importar la inclemencia del tiempo corría y corría como apostando una carrera, por temor de perder a su amo.
Cada vez que alguno bajaba, se paraba en la puerta, olfateaba y como corroborando la presencia de su ser querido, volvía apostar con enérgica decisión, la faena de correr hasta que esta persona bajara.
Por fin una persona bajo, el perrito saltaba como haciendo piruetas de alegría por haber encontrado su mas preciado tesoro.
Esta escena me llamo profundamente la atención y más aun la nobleza de este perrito para con su dueño. La constancia de este y la alegría con que manifestaba su amor. Que sentimientos tan puro, tal leal era coronado con tan feliz encuentro.
Si nosotros los seres humanos, al que nos consideramos reyes de la creación y por ende superiores a otros seres amasemos como este animalito.
Pensar que las relaciones humanas se vuelven tan especulativa, que para darnos, para abrir el corazón, nosotros mismo, primero tenemos que medirlo todo, verificarlo todo y que la lealtad y la nobleza es un trofeo que el otro se lo tiene que ganar mediante pruebas superada con rigor.
Yo no entrego nada si no me das algo a cambio. Y lo que yo entrego es mostrado siempre con la más sofisticada presentación, como si fuese a lanzar un producto sofisticado al mercado de consumo.