Eran las diez de la mañana, el sol derrochaba todas sus bondades en este verano, que se mostraba con un cielo celeste, diáfano, no existía polvillo en el ambiente y como para amainar el tórrido calor, la vida nos regalaba una brisa suave que refrescaba el cotidiano vivir.
El fresco desayuno al pie de la vaca ya había quedado atrás, mi abuela ya tenia lo que la sabia naturaleza le dio temprano. La leche de todos los días y el calostro, para la cuajada con miel de caña. Ya estaba cargada la olla de hierro con el maíz y agua e hirviendo a fuego lento. El ambiente en la cocina era caldeado, pero el aroma que recorría libremente por su alrededores, se dejaba percibir y ponía al tanto a los sentidos que sacaba de su letargo a mi imaginación, un plato generoso de mazamorra con leche.
Había que llevar los animales al cerco, ya dieron lo suyo. Toro, astutamente tomo el caballo moro, al que sentado se sentía un hidalgo, su semblante cambiaba y su mirada se agudizaba como un águila en búsqueda de su presa. A mi me dejaron una mula medio osca y como no era diestro para esos menesteres subí cerca del anca, como era mañosa y le gustaba morder los tobillo en un ágil movimiento circular que sorprendía.
Mi primo (Toro) haciéndose el distraído, o como quien tomo distancia de nosotros, con su machete corto una rama y luego de deshojarla, la transformo en una delgada vara. Como mi vehículo era perezoso, se quedaba un poco relegado respecto al resto de la comitiva.
El se tomo el tiempo, se bajo del moro como simulando acomodar el pellón con la silla, me dejo pasar adelante y sigilosamente como gato del monte que acecha a su presa, pego un latigazo con la fina vara en la nalga del animal, el remedio no tuvo su efecto, ya que esta, en vez de caminar mas rápido, empezó a corcovear locamente, y yo sin la destreza de un buen gaucho, salí despedido, como decía mi abuela: "mas rápido que moco y pavo". Quiero aclarar que hasta el día de hoy, nunca vi un pavo resfriado y para el colmo que estornude. Lo que si se que cuando los perros estaban en la cocina y olisqueaba la olla de comida, ni lerda ni perezosa mi abuela le tiraba en el lomo del animal un poco del caldo hirviendo. Gritándole "perro mañoso ya cuando sienta este olorcito te vas acordar y vas a tener miedo". A decir verdad todos nos quedábamos quieto por la dudas, pero al pichicho no se le veía las patitas de tanto correr.
Como decía, fui lanzado por esta mula loca, mas rápido que perro quemado con agua hervida. Cai con toda mis asentaderas en el tierra pedregosa.
Me quede quieto, tan solo quería respirar y que mi fuerte dolor de espalda pasara, Toro y mis otros primos no paraban de reírse. Los accidentes como estos no tenia dramatismo, en el campo era normal y un elemento mas para contar cuento y experiencia en el fogón de la cocina.
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