Si, desde el momento
en que el escritor toma su pluma, lapicera, maquina de escribir, notebook,
empieza su acto creador, su acto de expresión, donde trae a la realidad
cognoscitiva, nuevos personajes, nuevos paisajes, nuevos mundos, en la que la palabra, si la palabra, como el
demiurgo, impulsa la actividad del
escritor y la saca a luz. Donde la palabra es iluminada por Afrodita, Apolo y
Atenea, donde la sabiduría, el amor y la belleza iluminan el ser del lector.
El escritor tiene el
rayo divino del creador, donde el tiempo muere en la primera oración, todo lo
que se crea o se re crea se lo realiza en un paralelismo con la realidad, sale
del tiempo, comprometida con los tiempo del que escribe, con lo que se trae del
pasado, resuelto o no, con lo que se heredo, con lo condicionante. En esta
mixtura existencial, lo escrito es consecuencia de la pulsión, de esa energía psíquica
profunda que dirige la acción hacia un fin, descargándose al conseguirlo, y en este dinamismo se entrelaza la experiencia del sujeto.
Pero también es una
gran verdad que el lector se compromete con esta pulsión, con ese mundo, con la
existencia escrita del autor. Acá hay una retroalimentación, tanto el que
escribe de algo, es por algo, es un brote existencial paralelo a su propia
existencia y el que lee algo re construye el mundo creado por el escritor, esa
pulsión por desentrañar en el mundo de las palabras, esa cosa esa res , esa
entidad escondida, oculta por el escritor, en una historia, en una hipótesis, en una reflexión, ahí esta ser
develada, reinterpretada por el lector.
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